EN RECUERDO DEL ÁRBOL DOS VECES CENTENARIO. En agosto de 1942, luego de cuatro años de exilio sin una residencia estable que incluyeron temporadas en París, Londres, Oxford y finalmente Glasgow, el poeta Luis Cernuda obtuvo una plaza como lector de español en el Emmanuel College de Cambridge. Desde su habitación podía contemplar un insigne árbol, un plátano oriental de grandes dimensiones, al que dedicaría un poema que ha acabado formando parte de las antologías de su obra.

Un estudio del tronco basado en patrones de crecimiento de otros plátanos de la zona concluyó en 1986 que el árbol fue plantado hacia 1836, pero el propio Emmanuel College reconoce en un folleto informativo que no se conoce la fecha exacta y que incluso podría ser más viejo. Una alternativa es 1802, puesto que en ese año se plantó otro ejemplar de la misma especie en un jardín del cercano Jesus College, al parecer con semillas traídas por el explorador Daniel Clarke desde el desfiladero de las Termópilas, en Grecia, donde Jerjes derrotó a los espartanos.

Con un perímetro de 4,78 metros, el plátano oriental del Emmanuel College es uno de los mayores de su especie en el Reino Unido en cuanto a grosor, posiblemente solo por detrás de un famoso ejemplar que crece en los Kew Gardens de Londres y que es anterior a 1762. No obstante, si por algo se caracteriza el árbol de Cambridge es por la estructura radicular de sus pesadas ramas, que se retuercen, suben y vuelven a caer hasta tocar el suelo y enraizar de nuevo. El gran terreno ocupado por el árbol se ha empleado como escenario para representar obras de Shakespeare.
En el poema, Cernuda describe la llegada de la primavera, cuando el árbol «de nueva juventud se corona», y la visita del adolescente solitario que se apoya en él intentando sentir cómo sube la savia hacia las ramas. Como si fuera su propio destino.
EL ÁRBOL
Al lado de las aguas está, como leyenda,
En su jardín murado y silencioso,
El árbol bello dos veces centenario,
Las poderosas ramas extendidas,
Cerco de tanta hierba, entrelazando hojas,
Dosel donde una sombra edénica subsiste.
Bajo este cielo nórdico nacido,
Cuya luz es tan breve, e incierta aun siendo breve,
Apenas embeleso estival lo traspasa y exalta
Como a su hermano el plátano del mediodía
Sonoro de cigarras, junto del cual es grato
Dejar morir el tiempo divinamente inútil.
Tras el invierno horrible, cuando sólo la llama
Conforta aquella espera del revivir futuro,
Al pie del árbol brotan lágrimas de la nieve,
Corolas de azafrán, jacintos, asfodelos,
Con pujanza vernal de la tierra, y fielmente
De nueva juventud el árbol se corona.
Son entonces los días, algunos despejados,
Algunos nebulosos, más tibios de este clima,
Sueño septentrional que el sol casi no rompe,
Y hacia el estanque vienen rondas de mozos rubios:
Temblando, tantos cuerpos ligeros, queda el agua;
Vibrando, tantas voces timbradas, queda el aire.
Entre sus mocedades, vida prometedora,
Aunque pronto marchita en usos tristes,
Raro es aquel que siente, a solas algún día
En hora apasionada, la mano sobre el tronco,
La secreta premura de la savia, ascendiendo
Tal si fuera el latido de su propio destino. […]
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