UNO DE LOS MEJORES EJEMPLOS DE SABINAR CASTELLANO. Junto al pueblo de Calatañazor, donde la leyenda cuenta que las tropas cristianas derrotaron al invencible Almanzor, sobrevive uno de los mejores ejemplos del sabinar que antiguamente cubría buena parte de las tierras altas y frías de la Meseta. No son pies discontinuos en la inmensidad de la paramera, como suele ser habitual en otros parajes, sino un bosquete con ejemplares monumentales que alcanzan los 20 metros de altura y dificultan el paso de la luz hasta el suelo. Es la llamada Dehesa de Carrillo. La reserva actual, declarada el 11 de julio de 2000, ocupa 74 hectáreas de propiedad municipal, de las que 22 son exclusivamente de sabina albar.

Partiendo de Soria capital, para llegar al sabinar en automóvil hay que tomar la carretera N-122, desviarse luego hacia la villa medieval de Calatañazor, de visita ineludible, y finalmente avanzar tres kilómetros más hacia el norte, en dirección a Muriel Viejo. En la entrada del espacio protegido, que está vallado, se ha habilitado un pequeño aparcamiento y se ha colocado un cartel informativo. La excursión puede complementarse con una visita al cercano monumento natural de La Fuentona y a un centro de interpretación situado a medio camino.



La sabina albar o Juniperus thurifera, conocida en gran parte de Castilla como enebro -aunque esta denominación lleva a la confusión con el enebro común o Juniperus communis, otra cupresácea de porte generalmente arbustivo-, recibe su apellido científico porque su madera desprende un profundo y agradable olor a incienso, turifer en latín. Se trata de un árbol perenne de tronco grueso y retorcido, copa densa y hojas ásperas, imbricadas entre sí y escuamiformes, con forma de escama. Su madera es dura y imputrescible, muy buena para ebanistería, pero nunca se ha plantado en cultivo debido a su crecimiento extremadamente lento.
La sabina albar es capaz de ocupar territorios donde no crece ningún otro árbol, con sequías prolongadas, heladas tardías y temperaturas extremas de hasta -25ºC en invierno, además de terrenos pobres en nutrientes, expuestos al viento y a gran altitud, como es el caso de Calatañazor (1.102 msnm.). Su actual área de distribución incluye manchas aisladas en el sur de Francia, las montañas de Marruecos, Andalucía oriental, gran parte de Castilla, valle del Ebro y hasta el Cantábrico, aunque es en las inmediaciones del Sistema Ibérico donde se desarrollan las masas de mayor tamaño, especialmente en las provincias de Guadalajara, Soria, Cuenca, Teruel, Burgos y Segovia.
Si las sabinas de Calatañazor han alcanzado una gran altura es curiosamente porque se trata de una finca pública que ha sido aprovechada desde hace siglos como espacio de pastoreo. Es como una dehesa donde crece buena hierba y hay sombra. El paso del ganado, sobre todo ovino, ha impedido que progresara el matorral y seleccionado los mayores ejemplares, al margen de fertilizar el terreno de forma constante y evitar las talas (la corta de leña está regulada). El sabinar, además, se encuentra a pie de ladera en el fondo de un valle con suelos profundos y drenados por el acuífero.

Los ejemplares más destacados que pude observar, puesto que no dispuse de tiempo suficiente para recorrer toda la dehesa, se situaban cerca de la entrada principal. El mayor, que parecía el resultado de la fusión de varios pies, tenía un perímetro de tronco de 6,10 metros y una altura de 21 metros, medida con un hipsómetro láser. Junto a las sabinas albares crecían comunidades de enebro, espliego, tomillo y cantueso, entre otras plantas, y se veían volando currucas y zorzales.
Las sabinas de Calatañazor son extremadamente viejas, pero no tanto como 2.000 años, que es la edad que algunas guías turísticas atribuyen a los árboles más longevos. Más creíble resulta el cartel informativo situado en la puerta de acceso, que rebaja la edad máxima a unos 500 años. Son, en cualquier caso, testigos mudos del paso del tiempo.