LA GRAN EXPANSIÓN DE LA ESPECIE EN ESPAÑA ES MODERNA. Los olivos (Olea europaea) son tan abundantes en la península Ibérica, desde Tarragona hasta Almería o el Algarve, además de las islas Baleares, que parece que siempre han estado aquí, imperturbables, pero lo cierto es que los primeros pies de cultivo los plantaron los fenicios, que el primer gran crecimiento llega de la mano de los árabes y que su consolidación como cultivo omnipresente es algo totalmente moderno. Y la mayoría de los supuestos olivos milenarios de la actualidad, a menudo orgullo de pueblos y ciudades, son tardomedievales. Así lo confirman los escasos documentos históricos, el polen conservado en yacimientos arqueológicos, el análisis de los anillos de los troncos y, más recientemente, las pruebas genéticas. [Un esbozo de este artículo se publicó en EL PERIÓDICO DE CATALUNYA]

En numerosos enclaves de la cuenca mediterránea está atestiguado desde tiempos inmemoriales la presencia de variedades silvestres del olivo, los llamados acebuches u oleastros (Olea europaea var. sylvestris), que suelen ser de porte arbustivo y tienen el fruto de menor tamaño. Sin embargo, los olivos seleccionados con fines agrícolas parecen haber surgido en Palestina y Asia Menor hace 8.000 años, luego llegan a Chipre y Creta y su primera gran expansión mediterránea acontece hace unos 3.000. Jean Frédéric Terral, bioarqueólogo de la Universidad de Montpellier, comenta que la expansión es un resultado de la llegada de los «pueblos del mar». «Los fenicios -prosigue- comercian por todos los rincones y contribuyen a propagar las variedades del Mediterráneo oriental».
Los innumerables variedades de la actualidad surgen al cruzar el olivo oriental de acervo fenicio y acebuches locales adaptados al terreno y el clima, dice Terral. «Uno de los ejemplos más evocadores es el de la oliva picolina marroquí -afirma el profesor de Montpellier-. Su ADN nuclear posee marcadores genéticos específicos de las variedades del oeste del Mediterráneo, pero el ADN cloroplástico (pequeños orgánulos que contienen el pigmento clorofílico) es característico del este».
Los primeros olivos de cultivo llegan a España hacia el siglo VI antes de Cristo -o un poco antes- a través de las colonias fenicias del sur, pero «fue en tiempos de los romanos cuando empezaron a ser habituales», añade Terral. Varios historiadores romanos, entre ellos Estrabón (siglo I a. C), citan la Hispania como territorio de excelsos aceites y se sabe que el comercio marítimo desde el puerto de Cádiz hasta Roma fue intenso.
En cualquier caso, salvo excepciones como el valle del Guadalquivir y algunos enclaves mediterráneos, el análisis palinológico (polen de yacimientos arqueológicos) sugiere que el olivo en época romana no fue una especie tan extraordinariamente ubicua, insiste Santiago Riera, investigador de la Universidad de Barcelona (UB). El gran impulso llega con los árabes. «La expansión del olivo es plenamente medieval», resume Riera, quien recuerda incluso que muchos monocultivos actuales tienen su origen en el siglo XIX e incluso en el XX. El investigador explica también que la obtención a gran escala de aceite para consumo humano es relativamente reciente. «En la Edad Media se usaba mucho para lámparas y con fines medicinales, pero en la cocina se echaba mano sobre todo de grasa animal». A menudo era un producto de lujo.
Si las condiciones les son propicias, los olivos tienen una enorme fortaleza y pueden superar los mil años. De hecho, compiten con tejos, sabinas, pinos salgareños y encinas como las especies ibéricas más longevas, aunque las exageraciones están a la orden del día y los ejemplares realmente milenarios son escasos. Los grandes olivos actuales, con sus troncos gruesos y retorcidos, son en su mayoría árboles agrícolas «de época medieval» que se han beneficiado de podas e incluso de riegos, considera Bernat Claramunt, especialista del CREAF, centro de ecología e investigación forestal, y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).
Un estudio científico comprobó que un conjunto de olivos del sur de Cataluña calificados popularmente como milenarios tenían en realidad un máximo de siete siglos
Claramunt y otros investigadores del CREAF analizaron 14 imponentes olivos de la comarca del Montsià, en el sur de Cataluña, que popularmente eran calificados como «milenarios», para intentar determinar su antigüedad real. Lo que se hace en estos casos es extraer con una barrena un pequeño cilindro en el que se pueden apreciar y contar los anillos del tronco sin perturbar la salud de los árboles. El análisis dendrocronológico, publicado en 2012, demostró que el más antiguo tenía 627 años.
«Aunque no son milenarios, sí se cuentan entre los olivos más viejos de Europa», insiste el biólogo del CREAF. En su opinión, además, es sorprendente que hayan sobrevivido tantos años en una zona secularmente muy humanizada y donde ha existido una gran demanda de leña. También atesoran olivos muy vetustos zonas cercanas como la Terra Alta y el Maestrazgo. Algunos aún siguen siendo explotados para producir aceite.