Las pajareras de Doñana se secan

LAS HECES DE LAS ZANCUDAS DAÑAN LOS ALCORNOQUES. Tuve el privilegio de volver a visitar la reserva biológica de Doñana con motivo del 50 aniversario de la fundación de la Estación Biológica (EBD), el instituto de investigación del CSIC, y de nuevo pude contemplar a lo lejos la silueta majestuosa de varios de los alcornoques (Quercus suber) conocidos popularmente como «pajareras», árboles centenarios que acogen en sus ramas nutridas colonias de espátulas, garcetas y otras aves zancudas. El día fue excelente para caminar y deparó una grata sorpresa: en uno de los mayores alcornoques, con al menos 20 metros de altura, se encontraba posada un águila imperial, según indicó con la ayuda de prismáticos uno de los experimentados guías que nos acompañaba en la visita. Al árbol, no obstante, le quedaban pocos años de vida: se observaba un tronco cargado de nidos pero desprovisto prácticamente de todas sus hojas. Muy cerca, otro alcornoque estaba agonizante, caído sobre un costado. Era una visión dolorosa.

Las viejas pajareras de Doñana, uno de los símbolos del espacio protegido, se mueren irremisiblemente sin dar tiempo a que su lugar lo ocupen los ejemplares más jóvenes que deberían sustituirlos. La causa principal es la presión causada por las altas densidades de aves que acoge, que defecan sin cesar sobre el terreno, ahora con un exceso de nitratos y fosfatos. «Esta modificación en la salinidad del suelo -destaca un estudio encabezado por Luis Ventura García, investigador del CSIC en el Instituto de Recursos Naturales y Agrobiología de Sevilla- puede afectar tanto al proceso de fotosíntesis como al uso eficiente del agua por parte de los alcornoques, provocando así la desecación de estos árboles».

A ello hay que sumar los efectos de la llamada «seca del encinar», una enfermedad muy extendida por el suroeste peninsular que está ocasionada por el hongo Phytophthora cinnamoni (o más raramente por Pythium spiculum). Cuando los árboles están débiles, más vulnerables son a los patógenos. Finalmente, no hay una renovación del alcornocal debido al  exceso de ciervos y otros herbívoros que se alimentan de las bellotas caídas y de los brotes jóvenes. “El alcornoque puede pasar de ser la especie arbórea dominante en amplias zonas de las arenas estabilizadas de Doñana a estar en peligro de desaparición”, prosigue el investigador del CSIC.

García y sus colegas Cristina Ramo, investigadora del CSIC en la EBD, y María Esperanza Sánchez, de la Universidad de Córdoba, entre otros, encabezan un programa científico, llamado Proyecto Pajarera, que pretende evaluar la situación de los singulares alcornoques y plantear propuestas de gestión. ¿Qué hacer? Por un lado, la pajarera desempeña un importante papel como hogar de nidificación de diversas especies de aves protegidas que hacen de Doñana un paraje realmente singular, pero a su vez esas mismas aves amenazan la salud de unos alcornoques que también son protagonistas del ecosistema. En la llanura del parque, con grandes extensiones inundables, los árboles elevados están muy solicitados.

Según subraya la web del proyecto, las primeras referencias escritas que se tienen de las pajareras datan del siglo XVIII, aunque no se encontraban en el mismo emplazamiento que en la actualidad, sino más al norte. El alcornocal era en aquel entonces la formación dominante en al menos un 20% de Doñana y había varios miles de árboles centenarios. Las pajareras se sitúan hoy en día en la llamada «vera», un ecosistema particularmente rico que nace en la transición entre el monte y la marisma. Ya solo queda un centenar de pies de gran tamaño, incluyendo al menos tres que superan los seis metros de perímetro y que deben de rondar los 500 años de vida, según un recuento del año 2005.

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Evolución de algunos alcornoques centenarios de Doñana. Foto: Irnas / CSIC

Antes de finalizar el invierno, grupos de garzas y cigüeñas empiezan a llegar a Doñana para iniciar el proceso reproductivo «que alcanza a su máximo apogeo en primavera y se prolonga hasta el verano», destaca la web del Proyecto Pajarera. Actualmente, la colonia se compone de siete especies: cigüeña (Ciconia ciconia), espátula (Platalea leucorodia), garceta (Egretta garzetta), garcilla bueyera (Bubulcus ibis), garcilla cangrejera (Ardeolla ralloides), garza real (Ardea cinerea) y martinete (Nycticorax nycticorax). «Su tamaño, según el año, puede oscilar desde unas decenas de parejas hasta varios miles, dependiendo de las condiciones de inundación de la marisma, que es el hábitat principal en donde encuentran su alimento», añade.

Una de las posibilidades sería recolocar la colonia de aves en otro emplazamiento donde la vegetación fuera menos valiosa y más fácil de reponer, pero el número de parejas es tan elevado que parece imposible. Ante las dificultades, la Consejería de Medio Ambiente de Andalucía con la colaboración del CSIC ha iniciado varios trabajos de recuperación entre los que destacan el vallado de algunas áreas valiosas para evitar que los herbívoros se coman las bellotas. También se están plantando jóvenes alcornoques, acompañados de acebuches, lentiscos, mirtos y labiérnagos, entre otras especies. En casos extraordinarios se aplican riesgos de refuerzo.

Esperemos que un futuro próximo los jóvenes alcornoques, ufanos de vida, ocupen el lugar de sus antepasados.

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