Armonía en las dehesas de Monfragüe

 

VISITA PRIMAVERAL A LA RESERVA DE LA BIOSFERA. El parque nacional de Monfragüe, uno de los mejores ejemplos mundiales de bosque mediterráneo bien conservado, con un sotobosque prácticamente infranqueable donde abundan las jaras, los brezos y los acebuches, está rodeado en su mayor parte por dehesas de alcornoques y encinas, un ecosistema también de gran belleza y valor ecológico que ha sido esculpido por el hombre desde la Edad Media. En 2003, la Unesco declaró toda la zona, que se extiende por 116.000 hectáreas de 14 municipios de Cáceres, como reserva de la biosfera por «su elevada biodiversidad faunística y florística y alta concentración de especies protegidas». También está catalogada como ZEPA, zona de especial protección para las aves.

La dehesa, inmejorable ejemplo de convivencia entre las actividades humanas y la naturaleza salvaje, es una porción de bosque en la que los hombres han eliminado una parte sustancial de los árboles y el matorral que allí había para favorecer el pastoreo y  la explotación agraria y silvícola, además de la caza. Se cultivan cereales y alfalfa, a menudo en rotación con los pastos silvestres.

Al perder rivales, los árboles supervivientes suelen alcanzar grandes dimensiones y desarrollan un porte característico ocasionado por el ramoneo del ganado, con una gran copa y sin ramas inferiores, ideal para que las ovejas se refugien buscando sombra en los días de calor. Los pies aislados son también un seguro para hacer frente a los incendios forestales.

En Monfragüe hay dehesas de alcornoque, encina y, más raramente, rebollo. Depende de la pluviometría

En Monfragüe, el alcornoque (Quercus suber) y más raramente el roble rebollo (Quercus pyrenaica) son las especies dominantes en las dehesas de las zonas con mayor pluviometría, donde se alcanzan los 800 litros anuales por metro cuadrado, mientras que la encina (Quercus ilex) se impone en los terrenos más soleados y secos. A veces son formaciones mixtas.

Durante nuestra última visita, a finales del mes de marzo de 2016, pudimos observar magníficos ejemplos de dehesa, como las que se encuentran en la falda del castillo de Mirabel, un paraje de singular belleza que acoge el llamado Padre Santo, un alcornoque varias veces centenario que recientemente ha sido declarado Árbol Monumental por la Junta de Extremadura. O las que se extienden junto a la carretera que lleva de Torrejón el Rubio a Trujillo, inabarcables para  la vista, con cancelas señoriales que testimonian el abolengo de sus propietarios. O las de la finca La Herguijuela, en Toril, donde hasta diciembre de 2011, cuando se desplomó por el peso de los años, moraba el Abuelo, el mayor alcornoque de Extremadura. Muy cerca, dos dignos herededos exhibían sendos troncos de  5,67 y 5,24 metros de perímetro.

El campo en esas fechas estaba cubierto por una espectacular alfombra de hierba verde con pequeñas flores blancas, un festín para los rebaños de ovejas y vacas (los cerdos son más habituales en las dehesas de Badajoz). Con el paso de las semanas vendrían las flores violetas, las amarillas y las rojas (amapolas). «La tonalidad va cambiando conforme avanza la primavera», explicaba Quico, guía de la empresa Monfragüe Vivo, con quien realizamos una muy recomendable ruta en 4×4 por el parque nacional.

En las dehesas del entorno de Monfragüe encuentran alimento algunas de las joyas de la avifauna que luego tienen su refugio en el interior del parque nacional, como el buitre negro, el águila imperial, el águila culebrera y el búho real, recordaba Quico. En las charcas que se forman con el agua de lluvia vimos también galápagos. «Como en pocos lugares -destaca el director del parque nacional de Monfrague, Ángel Rodríguez Martín, en un folleto informativo de la Junta de Extremadura-, aquí se manifiesta la armonía entre el hombre y su medio. Quizás no exista otro ecosistema tan biodiverso en la Península Ibérica (…). Resulta difícil de olvidar la chillería de pajarillos, el zumbido de las aves rapaces o el ruido de la huida de ciervos y jabalíes». Hasta los años ochenta del pasado siglo deambulaban los linces.

Sin embargo, este equilibrio sostenible entre hombre y naturaleza está amenazado por la crisis del mercado de la leña y del corcho, que reduce la rentabilidad de las dehesas y fomenta su abandono, y por la paulatina desaparición de la trashumancia de ovejas, que con su digestión contribuían a esparcir semillas y frenaban el crecimiento de los arbustos. Solo sobreviven las dehesas de mayor tamaño. La explotación del turismo rural es una de la alternativas actuales, pero quizá no sea suficiente.

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