EL FÓSIL QUE CONQUISTÓ EL MUNDO. El ginkgo, también conocido como árbol de las pagodas o árbol de los cuarenta escudos, es un «fósil viviente», según la acertada definición acuñada en 1938 por el botánico Albert Seward, puesto durante millones de años ha sobrevivido sin apenas variación genética mientras sus coetáneos se extinguían.
Favorecido por su porte elegante y sus bellas hojas con forma de abanico, ahora parece gozar de una segunda juventud y está presente en innumerables jardines de países con climas templados, pero los últimos bosques silvestres de ginkgo son una reliquia circunscrita a un pequeño enclave en el sudeste de China. De hecho, durante mucho tiempo se pensó que ya no quedaban bosques primigenios y sólo se había conservado gracias a la propagación humana. Dos investigaciones recientes han logrado desentrañar los orígenes y la expansión de tan singular especie.
El ginkgo es el único representante vivo del orden Ginkgoales, un grupo de gimnospermas cuyos primeros miembros datan de hace al menos 270 millones de años, en el periodo Pérmico, antes de que los dinosaurios poblaran la Tierra. El registro fósil muestra que durante millones de años existieron varias especies, con un máximo de diversidad en el Cretáceo (hace entre 145 y 66 millones de años) en Asia, Europa y América del norte, que por aquel entonces configuraban una única masa emergida conocida como Laurasia. Se encontraban esencialmente en territorios de climas húmedos y cálidos.

Al inicio del Terciario, hace 65 millones de años, ya solo quedaban tres o cuatro especies, una reducción atribuida a cataclismos geológicos y a la desaparición de los dinosaurios, que pudieron haber sido buenos dispersores de las semillas. Los ginkgos dejan de estar presentes en el registro fósil de América del norte hace 7 millones de años, mientras que en Europa se extinguen hace 2,5 millones.
El Ginkgo biloba actual ha sobrevivido prácticamente sin cambios reseñables desde la era de los dinosaurios. De hecho, si se compara con el ginkgo fósil característico de China, el Ginkgo adiantoides, lo único que observa es una ligera reducción del tamaño de los óvulos.
En 1691, mientras trabajaba para la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, el médico y botánico alemán Engelbert Kaempfer (1651-1716) descubrió los primeros ejemplares de ginkgo en Japón. Más tarde se observaron en China, su origen real, fundamentalmente en jardines de palacios y templos budistas, donde se cultivaba desde antiguo debido a las propiedades medicinales del fruto. En el siglo XII, diversos poetas chinos dejaron constancia en sus obras del hermoso ginkgo como árbol sagrado. Poco después, hacia el siglo XIII, los mercaderes empezaron a extender la especie por Corea y luego por Japón.
Un estudio filogenético encabezado por investigadores de la Universidades de Zhejiang y Heidelberg, publicado en 2010, corroboró los documentos escritos y concluyó que todos los especímenes cultivados actualmente fuera de Asia oriental son herederos de aquellos árboles pioneros.

En el estudio, publicado en la revista Taxon, Yunpeng Zhao, Marcus A. Koch y otros investigadores documentaban la expansión posterior de la especie. Las primeras semillas de ginkgo fueron llevadas por Kaempfer desde Japón a Europa a principios del siglo XVIII, concretamente en 1712. En el Jardín Botánico de Utrecht aún vive uno de los primeros ginkgos, plantado en 1730. También se tiene constancia de la llegada de la especie a jardines en Geetbets (Bélgica), 1730; Anduze (Francia), 1750; Padua (Italia), 1750 y Slavkov (República Checa), 1758. En los jardines de Kew (Reino Unido) se puede observar otro espécimen de gran tamaño que data de 1762. También llegaron a Viena (Austria), 1770; Daruvar (Croacia), 1777; Harbke (Alemania), 1781, y Montpellier (Francia) 1788. En 1784 se documenta su plantación en un jardín cercano a Filadelfia, en Estados Unidos.
Debido al olor pestilente de sus flores-drupas, durante mucho tiempo solo se plantaron especímenes macho. El primer árbol hembra registrado fue plantado en 1814 cerca de Ginebra.
Debido al mal olor de las drupas, durante mucho tiempo solo se plantaron ejemplares macho
En España hay poca documentación sobre la llegada de los primeros ginkgos, aunque parece ser que se citó por primera vez en los jardines de Aranjuez. Entre los ejemplares actuales, el más viejo es probablemente uno que crece en los jardines de Monforte, en Valencia, plantado hacia 1850-1860, cuando se ajardinaron los terrenos del palacete. También destaca uno en el Jardín Botánico de Madrid, que es de 1880, y otros dos de edad similar en el Botánico de Granada y en el Hogar del Jubilado de Hernani (Guipúzcoa). En Barcelona, el ginkgo más viejo crece en los jardines de la vieja universidad, en la plaza del mismo nombre, y es de 1904.

Durante décadas se pensó que los hermosos y famosos bosques de ginkgo en la reserva de Tian Mu, en la provincia de Zhejiang, eran un posible origen de todos los ejemplares cultivados fuera de China. Se trata de un rodal con ejemplares centenarios, la mayoría de los cuales crece en lugares bastante inaccesibles. Sin embargo, análisis recientes han observado una alta uniformidad genética entre todos los árboles de esa zona, lo que que sugiere que las poblaciones no son silvestres, sino que los árboles pudieron haber sido plantados por monjes budistas desde el siglo X.
En cambio, en el año 2012 el equipo de Cindy Tang, en el Instituto de Ecología y Geobotánica de la Universidad de Yunnan, en la ciudad de Kunming, publicó el hallazgo de unas población que sí parece totalmente autóctona en el sudeste de China, en un territorio poco poblado cerca del monte Jinfo (Jinfo Shan), en el condado de Pan (Panxian). Eso sí, la discusión no ha concluido.
En China, de donde es originaria la especie, se lo conoce como «yin xing», que significa «albaricoque plateado», y parece ser que «ginkgo» es una deformación del término en su adaptación a la grafía y la lengua japonesa. El nombre de ginkgo entra en la nomenclatura internacional a raíz de los viajes de Engelbert Kaempfer por China, el primer occidental que dejó constancia de la existencia de la especie, en su obra Amoenitates exoticae (1712). Con posterioridad, Linneo, el fundador del sistema binomial de nomenclatura, añadió el epíteto ‘biloba’ para denotar la característica forma de sus hojas bilobadas o en forma de abanico.
Referencias bibliográficas:
The Ginkgo pages. Excelente página de la profesora holandesa Cor Kwant con todo tipo de información sobre los ginkgos.