Carlos Magdalena, el mesías de Kew

AVENTURAS EN BUSCA DE LAS PLANTAS MÁS EXTRAORDINARIAS. Leyendo El mesías de las plantas (Debate, 2018), de Carlos Magdalena, uno confirma que su autor es un apasionado de la botánica, como era de prever atendiendo a ese apodo tan altisonante que le acompaña desde 2010, pero también que es un  tipo campechano de una paciencia y un instinto fuera de lo común. Magdalena trabaja desde hace más de dos décadas en los Kew Gardens, el extraordinario jardín situado en las afueras de Londres, y se ha hecho famoso por rescatar especies muy amenazadas. Las que nadie lograba reproducir, florecían gracias a sus manos expertas.

El inicio del prólogo lo dice todo: «Permíteme que me presente. Mi nombre es Carlos Magdalena y me apasionan las plantas». Para qué más.

Magdalena, nacido en Gijón en 1972, se crió entre bosques y turberas. Su madre, que tenía una floristería, le transmitió su pasión por las plantas y le enseñó los nombres de cientos de especies. «A los cinco años cuidaba las plantas en la escuela y, para mis amigos, me había convertido en una autoridad en historia natural. Si no sabía la respuesta a sus preguntas, iba a casa y preguntaba a mi madre o la buscaba en libros hasta que la encontraba», relata en su entretenidísima autobiografía. Casi un libro de aventuras. «La historia natural pronto se convirtió en mi única pasión e interés». El colegio le resultaba frustrante. De mayor quería ser como Félix Rodríguez de la Fuente.

  • Sin formación académica, Magdalena ha llegado a ser uno de los horticultores más prestigiosos del mundo

Sin formación académica, Magdalena emigró a Londres a los 28 años para perfeccionar su inglés y encontró trabajo como camarero y luego como sumiller de un hotel-restaurante, donde destacó curiosamente por los adornos florales que creaba con las plantas del jardín. Sin embargo, estaba convencido de que le faltaba algo. «En noviembre de 2002 cogí el metro y me fui al Real Jardín Botánico de Kew -explica en el libro-. Al instante me sentí en casa. Yo sabía que sería una experiencia grata, pero no que sería el momento que me cambiaría la vida. (…) Fue entrar por la puerta y darme cuenta de que era el sitio que yo estaba buscando». Se dijo a sí mismo que no descansaría hasta lograr trabajar allí.

Un mes después, navegando por internet, Magdalena descubrió que Kew ofrecía una plaza en su escuela de horticultura y no tuvo reparos en enviar una carta de solicitud. Para su sorpresa, el director de la escuela, Ian Leese, lo citó amablemente para una entrevista, pero al observar su currículum le comentó que tenía candidatos mucho mejor preparados. Y es entonces cuando el aspirante soltó:

«Escuche, señor Leese, sé que sobre el papel mi currículum no impresiona mucho, pero sé algo que no está escrito en él. Sé que necesito este lugar y que este lugar me necesita a mí. Tiene que haber una forma para entrar a trabajar aquí. Es bastante simple: usted me dice lo que tengo que hacer para conseguirlo y yo voy y lo hago».

Leese se rió pero, pero, impresionado por el desparpajo del joven español,  lo aceptó como becario: «¿En qué parte de los jardines le gustaría trabajar?», le contestó.

Magdalena fue contratado primero como aprendiz y posteriormente como estudiante del prestigioso diploma de tres años en horticultura. Con el tiempo se convirtió en trabajador de Kew, especialista en nenúfares y otras plantas tropicales. Mi compañero de trabajo Juan Fernández, en una entrevista publicada en El Periódico de Catalunya, resume sabiamente: «No ha pisado un aula de universidad en su vida, pero sabe más de plantas que el catedrático de botánica más avezado».

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Carlos Magdalena, en el Jardín Botánico de Madrid. © David Castro (El Periódico de Catalunya).

La historia del café marrón

Una de las historias extraordinarias relatadas por Magdalena en su libro es la de la planta Ramosmania rodriguesii. «Me encontraba delante de la mesa del invernadero. Era una mañana fría en Kew. Ante mí tenía un ejemplar de café marrón, un hermoso arbusto que nunca deja de florecer, con hojas de color verde oscuro y flores que recuerdan a los jazmines, blancas como la nieve. Había sido cultivado a partir de esquejes tomados de una planta en isla Rodrigues, en el océano Índico». «En realidad -prosigue el autor- debería decir la planta, puesto que era el único ejemplar que quedaba en todo el mundo. Hacía mucho tiempo que a dicha especie, cuyo nombre latino es Ramosmania rodriguesii, se la consideraba extinta».

Debido a su aislamiento, la isla Rodrigues, cercana a Mauricio, es un extraordinario reducto de endemismos, pero también un tesoro muy vulnerable.

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Un ejemplar de café marrón, Ramosmania rodriguesii, originario de la isla Rodrigues.

El horticultor español quedó prendado con la historia del café marrón. Durante mucho tiempo se pensó que la planta, descrita por primera vez para la ciencia en el siglo XIX, se había extinguido, hasta que un niño halló un ejemplar único en 1979, curiosamente situado junto a una vivienda y un camino muy transitado en la isla Rodrigues.

Se llevó un esqueje a Kew y se logró reproducir, pero las plantas resultantes no generaban semillas al no ser viable la autofecundación de las flores. De hecho, durante más de 20 años, los científicos intentaron sin éxito que la planta diera fruto. Solo conseguían obtener nuevas plantas por reproducción clonal, tomando esquejes o ramas y enraizándolas, lo que condenaba a la especie a su extinción en el medio natural: solo podía ser reproducida por los humanos. Esta circunstancia la llevó a ser conocida como un muerto viviente. «Estaba viva pero su especie estaba muerta», resume el horticultor.

Magdalena, sin embargo, consiguió luego de un trabajo de varios años obtener frutos y semillas de la elusiva Ramosmania. «Investigué cuántos días duraban las flores de las plantas clonadas, el polen, miraba todos los días cómo se desarrollaba la planta», recuerda. «Y me di cuenta de que en unas ciertas condiciones, con más sol y calor en los últimos dos o tres días de lo que era el ciclo de florecimiento, parecía que la parte femenina de la planta se abría un poco y tenía receptividad». Tras obtener semillas, Magdalena estudió durante otros tres años el crecimiento de la planta hasta lograr plantas macho y hembra, y asegurar la reproducción natural.

«La lección de esta planta es nunca tirar la toalla -señala Magdalena-. Mientras hay vida hay esperanza». El artículo científico de referencia se puede consultar en el siguiente link.

A raíz de este episodio le llegó la fama. El periodista Pablo Tuñón, del diario asturiano La Nueva España, fue quien lo bautizó como el «mesías de las plantas», quizá inspirado por la barba y el pelo largo que luce Magdalena, como asume el propio autor en el libro, pero fue David Attenborough, el conocido naturalista y autor de documentales, quien popularizó el apodo a raíz de una entrevista que ambos mantuvieron para la BBC.

  • El periodista Pablo Tuñón, del diario ‘La Nueva España’, fue quien lo bautizó como el «mesías de las plantas», quizá inspirado por la barba y el pelo largo que luce
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El horticultor asturiano, buscando nenúfares en Australia. © Christian Ziegler

DE LA AMAZONIA A AUSTRALIA Y PERÚ. Magdalena también resolvió un enigma de una las plantas más espectaculares de la Amazonia, un nenúfar o lirio de agua conocido científicamente como Victoria amazonica. «Todo el mundo sabía que la polinizaban escarabajos y que la flor es blanca y femenina durante el primer día y luego en el segundo día es macho y se vuelve rosa para que los escarabajos no la vean en la noche». Pero nadie entendía cómo era todo el ciclo de polinización, cómo la planta daba calor a los escarabajos y los mantenía a 32 grados, la temperatura mínima a la que pueden volar.

Magdalena descifró que «la flor abre el primer día cuando es hembra, vienen los escarabajos volando de otra flor y los recibe con calor para que no se enfríen». «Los escarabajos fertilizan la planta y ahí se pasan encerrados el día y la noche». Así los de predadores no se los pueden comer.

«Pero al segundo día la planta les corta la calefacción dentro y se la pone arriba, en los estambres, para que los escarabajos vayan allí donde está el polen y se cubran de polen», escribe. «La planta los calienta para que vuelen rápido, eviten los depredadores y transporten el polen a otra flor».

El relato de Magdalena no olvida sus incursiones en Kimberly, Australia, adentrándose en  lagunas infestadas de cocodrilos en busca del esquivo nenúfar Nymphaea violacea. Y tampoco su lucha para proteger en Perú los milenarios huarangos, una planta desértica cuyas raíces pueden penetrar en la tierra hasta una profundidad de 75 metros en busca de agua y que ahora se encuentran amenazados porque los restaurantes emplean su madera para cocer el pollo a la brasa.

El mesías asturiano contagia su pasión por las plantas. De hecho, insiste en que todo el mundo puede hacer algo para proteger la naturaleza y combatir lo que considera la mayor amenaza para la humanidad, el cambio climático. «Si eres profesor, puedes ser un mesías en educación ambiental. Si trabajas con ordenadores, puedes hacer herramientas digitales para educar o identificar plantas. Si eres transportista, puedes ahorrar combustible», comenta en una entrevista con la BBC.

«Cualquier persona puede ser un mesías. Solo hay que tener una chispa de interés», concluye en el libro.


El mesías de las plantas
Carlos Magdalena
Título original: The Plant Messiah
302 páginas. Editorial Debate, 2018
Traducción: Belén Urrutia
PVP: 17,95 euros


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2 comentarios en “Carlos Magdalena, el mesías de Kew”

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