UN MILLAR DE ÁRBOLES DE 51 ESPECIES DIFERENTES. Situado muy cerca de la Junta General del Principado de Asturias, del mercado del Fontán y del Teatro Campoamor, en pleno de centro de Oviedo, el Campo de San Francisco es la más popular y la más antigua zona verde de la capital asturiana. El Campo, como es conocido popularmente por los ovetenses, reúne a deportistas haciendo ejercicio, jubilados paseando junto a sus estanques, familias que buscan sombra en los días soleados y turistas atraídos por sus singulares estatuas, entre ellas una dedicada a Mafalda, el entrañable personaje de cómic creado por Quino, y otra con fuente que recuerda al gran escritor Leopoldo Alas, Clarín, el autor de La Regenta. Tiene incluso una pista para monopatines.
Sin embargo, lo que conocen menos los visitantes es que el Campo, manteniendo el espíritu de jardín botánico que tuvo en el siglo XIX, alberga árboles de especies únicas o prácticamente únicas en centenares de kilómetros a la redonda, como secuoyas, píceas, tuyas, tulíperos, cedros, paulonias o nogales procedentes de lejanos países, así como plátanos, castaños de indias o tilos de tamaño fuera de lo común.



La historia del Campo de San Francisco se remonta al siglo XIII, con la creación de un monasterio franciscano en el lugar donde hoy se encuentra el edificio de la Junta General, sede del Parlamento autonómico, que llevaba adosado un espacioso huerto. En 1534, los representantes de la ciudad y el Cabildo catedralicio decidieron convertir el huerto en espacio público, «un uso que se mantiene hasta nuestros días, a pesar de los grandes cambios producidos en la ciudad a lo largo de los siglos», como subraya la web municipal de Oviedo.
Aunque los orígenes del parque se remontan al siglo XIII, su configuración actual se define en el XIX
El Campo fue urbanizándose poco a poco con glorietas y caminos arbolados que facilitaban el recorrido, como los dos principales paseos, el de Italia y el del Bombé, que son del siglo XVIII. También perdió algo de espacio. Sin embargo, el gran cambio urbanístico aconteció en la centuria posterior. Tras la desamortización de Mendizábal en 1816, el parque pasó a manos del ayuntamiento y, tres décadas después, en 1846, parte de los terrenos fueron cedidos a la universidad, gracias a la intervención de la reina Isabel II, para la construcción de un jardín botánico que estuvo funcionando hasta 1871.
La colección, que incluyó un invernadero, se formó, entre otros orígenes, con donaciones como la que efectuó el director de la fábrica de cañones de Trubia, que «aportó 406 árboles y arbustos procedentes de Rusia y Asia», según detalla el historiador Adolfo Casaprima en su documentadísima obra El Campo de los hombres buenos (1995). También llegaron árboles y semillas de Cuba, Filipinas, Madrid, Guipúzcoa y Baleares. El parque botánico fue además lugar para la ciencia, «como el experimento que en 1864 permite cultivar con gran éxito semillas de eucalipto», prosigue Casaprima.

Con posterioridad, bajo las alcaldías de Ramón Secades y José Longoria Carbajal, concluyó la delimitación definitiva del resto del parque y su reconversión a jardín de estilo inglés con fuentes ornamentales y esculturas. Aunque se conservan algunos robles que ahora tienen 300 años, según destaca la web municipal, la mayoría del arbolado actual tiene su origen en las plantaciones acometidas en la segunda mitad del siglo XIX. El convento franciscano se derriba definitivamente en 1902.
El parque ovetense acogió un jardín botánico universitario entre 1846 y 1871
En la primera mitad del XX, el Campo se salvó por los pelos de varios proyectos urbanísticos, entre ellos una propuesta para la construcción de un gran hotel en su interior y otro para una cafetería de cristal. Y aún hoy, como leo en la prensa local (2021), sigue siendo objeto de controversia una nueva reforma encaminada a la peatonalización de la zona. Son cosas de estar en el centro, en el meollo de la ciudad.
El parque ocupa 90.000 metros cuadrados, de los que 50.000 corresponden propiamente a zonas con verde. El catálogo de árboles incluye 955 ejemplares de 51 especies diferentes, aunque las más representadas son, por orden, los castaños de Indias, los plátanos, los arces blancos (o falsos plátanos), los tilos plateados y los magnolios, según las estadísticas municipales. Unos cuantos pies muy destacados llevan un cartel con su nombre y algunas características biológicas.

Los ejemplares más asombrosos por el tamaño son los plátanos, sobre todo en el llamado Paseo de la Arena, paralelo a la calle Uría, que son con toda seguridad centenarios. Según subraya la web municipal, uno de ellos alcanza los 45 metros de altura y es el árbol más alto de todo Oviedo, aunque es difícil determinar cuál es porque hay cuatro o cinco colosos de tamaño parecido. Junto a ellos hay también chopos, castaños de indias, magnolios y algún tejo de notable tamaño.
La zona más monumental en cuanto a árboles, herencia del viejo botánico universitario, se encuentra en los parterres paralelos a la calle del Marqués de Santa Cruz, en las inmediaciones de la Fuente del Angelín y de la Fuentona. Hay por ejemplo tres robustas secuoyas gigantes que tienen al menos siglo y medio de vida. La más hermosa presenta un perímetro de tronco de 3,68 metros (a 1,30m) y una altura estimada de 32 metros. Justo al lado hay un cedro del Himalaya de una edad similar y un tamaño aún mayor, con un tronco de 3,72 m., y un abeto de Nordmann.

Avanzando hacia el Paseo del Bombé y antes de llegar al Quiosco de Música destacan unos parterres de césped con algunas rarezas, como un pecán, una metasecuoya, un fresno de Pensilvania y un taxodio, entre otras especies, la mayoría todavía jóvenes. En esta zona, según las indicaciones municipales, medra el árbol más viejo del parque, un roble de 300 años, aunque yo no he sido capaz de localizarlo en ninguna de mis dos últimas visitas al Campo y temo que el ejemplar ya no exista.
En el otro extremo del jardín, junto a la Fuente de las Ranas, se puede observar otro de los gigantes del Campo, un eucalipto que supera sin duda los 30 metros, mientras que al lado del Estanque de los Cisnes vale la pena observar dos secuoyas rojas que crecen juntas entre la densa vegetación y una gran haya. Finalmente, cabe destacar que en las últimas plantaciones se ha dado más protagonismo a la flora local, con la presencia ahora de jóvenes robles y abedules.
El árbol mas mítico del parque, no obstante, era un antiguo roble, conocido como el Carbayón, que se taló en el año 1879 en las obras de ensanchamiento de la calle Uría. El roble es el responsable del apodo popular que reciben los ovetenses, los carbayones.
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