VISITA OTOÑAL AL PARQUE HISTORICO. La Quinta de la Fuente del Berro, uno de los jardines públicos más interesantes de Madrid por su diversidad vegetal y su belleza paisajística, ocupa los terrenos de una finca agrícola avenada antaño por el arroyo Abroñigal, un desaparecido afluente del Manzanares, y que fue famosa por poseer un manantial de aguas cristalinas. La primera mención escrita de la quinta, conocida entonces como Huerta de Zamora y dedicada al cultivo de melones, data de 1542.
Hoy no sobreviven ni las huertas ni el manantial. El arroyo fue soterrado definitivamente en los años 70 debido a la construcción de la autopista M-30 y la vieja fuente situada en una de las entradas es un surtidor construido a mediados del siglo XX y conectado a la red general de abastecimiento. Sin embargo, sus 7,4 hectáreas (sin incluir el colindante jardín de Sancho Dávila) atesoran atractivos botánicos de primer orden, como tres secuoyas, enormes cedros del Atlas y del Líbano, un notable ciprés mexicano y un inesperado enebro de Siria, entre otros destacados árboles, varios de ellos centenarios.
Hay además diversas estatuas, como una de Aleksandr Pushkin que fue regalo de las autoridades rusas, un estanque, una pequeña cascada y una zona infantil muy concurrida. Pese a la proximidad de la M-30, pasear por sus senderos de tierra es una delicia. El Ayuntamiento de Madrid cita la presencia de pavos reales y ardillas, pero en mi última visita fui incapaz de verlos.

La historia documentada de la finca prosigue en 1630, cuando Bernardino Fernández de Velasco, condestable de Castilla, traspasa la posesión a Felipe IV por 32.000 ducados. A partir de 1639, el rey la cede a los monjes castellanos expulsados del monasterio de Montserrat a raíz de la Guerra de los Segadores mientras estos construyen su nuevo monasterio en la calle Ancha de San Bernardo.
La quinta tuvo diversos usos agrícolas a lo largo de aquellos siglos, fundamentalmente vides y frutales, pero sin duda su fama procede de su manantial, cuyas aguas fueron muy apreciadas en las cortes de Carlos II, Felipe V y Carlos III. La anécdota más popular dice que María Luisa de Orleans, primera esposa de Carlos II, ordenó que se le sirviera siempre el agua de esa fuente, una costumbre que la Casa Real mantuvo hasta el siglo XIX. Alrededor del manantial, antes de la construcción de las modernas conducciones, emergió un séquito de aguadores que, pertrechos de mulas cargadas con barriles de madera, se encargaban de llevar el agua a las casas de los pudientes aristócratas y burgueses.
En 1798, Martín Estenoz, miembro del correo del Gabinete Real, adquiere la finca y manda construir a su alrededor un muro que hoy solo se conserva en pequeños tramos. En las décadas posteriores, la quinta está documentada como finca de recreo y residencia en manos de diversos propietarios. Todavía se enncontraba fuera de Madrid. «La ciudad se estaba transformando debido al gran crecimiento demográfico […], pero la finca no fue alcanzada por el ensanche de Madrid y mantuvo su carácter de casa de las afueras», comenta Antonio Morcillo San Juan en Parques y Jardines de Madrid (Geoplaneta, 2022).
El parque se inauguró como jardín público en 1953
En las postrimerías del siglo XIX se inician las plantaciones ornamentales y la finca empieza a adquirir el aspecto actual. A principios del siglo XX, tras un fugaz periodo en el que se convirtió en parque de atracciones con caballitos de feria y una sala de tiro, se consuma la estructura definitiva como jardín inglés, con estanques y grutas por donde brota el agua, gracias a los trabajos del jardinero municipal Cecilio Rodríguez. Los árboles más viejos del parque, como el tejo situado junto al lago, una de las secuoyas, varios cedros, el enebro de Siria y algunos grandes pinos piñoneros, son de esta época. También el ciprés mexicano (Cupressus lusitanica), el árbol con el tronco más grueso de todo el parque, con 3,84 metros a 1,30 m, según mi última medición con cinta (noviembre 2022).


La finca alcanza su esplendor en la década de 1920, bajo la propiedad de la familia neerlandesa Van Eeghen, que organiza fiestas y reuniones a las que acuden la familia real y la alta sociedad madrileña. Tras un periodo de declive, los Eehgen la acabarían vendiendo en 1948 al Ayuntamiento de Madrid, siendo alcalde el conde de Mayalde. Costó 6,7 millones de pesetas de entonces, unos 40.000 euros. A partir de ese momento, el Ayuntamiento aborda una reforma del conjunto y en 1953 abre como parque público. La antigua residencia de Fuente del Berro es hoy el Centro Cultural Rafael Altamira.