UNA JOYA BOTÁNICA JUNTO AL PALACIO DE CARLOS VII. El colosal Palacio Real de Caserta, construido a finales del siglo XVIII por orden del rey Carlos VII de Nápoles, el futuro Carlos III de España, alberga uno de los primeros jardines que se realizaron en Europa siguiendo el espíritu romántico de crear espacios en armonía con el medio, con aspecto salvaje y profusión de lagos y riachuelos. Los jardines ingleses, como hoy los llamamos, aunque no está claro que en aquella época fuera un nombre popular, eran una reacción frente a las formas geométricas y la perfección formal, símbolos del dominio del hombre sobre la naturaleza, que habían caracterizado los grandes jardines anteriores, entre ellos los de Versalles y La Granja de San Ildefonso.
El Palacio Real de Caserta o Reggia di Caserta se encuentra en la ciudad italiana del mismo nombre, situada a unos 40 kilómetros de Nápoles y muy bien comunicada por tren con la capital de la Campania. Todo el conjunto, catalogado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, ocupa 123 hectáreas, entre edificios, zonas verdes, bosque y caminos, de las cuales 23 corresponden al Jardín Inglés. Para acceder hasta él desde el palacio es necesario recorrer dos kilómetros sin apenas sombra que en días soleados del verano pueden resultar insoportables, como me sucedió en mi última visita (julio 2023), por lo que es muy recomendable tomar un autobús que traslada a los visitantes hasta la fuente de Diana y Acteón, uno de los atractivos turísticos de todo el recinto real. Una vez se llega allí, la entrada del jardín está a 50 metros.


El gran palacio, de un estilo barroco pero muy próximo al Neoclasicismo, fue encargado por el rey para que sirviese de centro administrativo y cortesano del nuevo Reino de Nápoles, al tiempo que símbolo del poder real. El edificio ocuparía 47.000 metros cuadrados, dispondría de 1.200 habitaciones y obtendría al agua necesaria de un nuevo acueducto, el Acquedotto Carolino, hoy en buen estado, que la traería de unas fuentes situadas a 38 kilómetros. Además, el objetivo a largo plazo era que alrededor del palacio se erigiera una ciudad de nuevo cuño y unos jardines que pudieran competir con los mayores de Europa. El proyecto fue encargado a un reconocido arquitecto napolitano, Luigi Vanvitelli, que presentó los planos en 1751. La primera piedra se puso al año siguiente.
Aunque se esperaba concluir todo el conjunto en poco más de diez años, lo cierto es que el proyecto original tuvo que reducirse considerablemente debido a diversas vicisitudes. Entre otros aspectos, Carlos VII, el gran impulsor de la Reggia de Caserta, hubo de marchar hacia España en 1959 a ocupar el trono dejado por la muerte de su hermano Fernando VI, y su sucesor, su hijo Fernando IV, solo tenía en aquel momento ocho años. Ello supuso una sustancial reducción de las aportaciones económicas necesarias para la construcción.
Tras la muerte de Vanvitelli en 1773, tomó las riendas del proyecto su hijo Carlos, que se vio obligado a aplicar cambios importantes debido a las limitaciones económicas. El recinto real seguiría siendo inmenso, tal y como la podemos contemplar actualmente, pero no tanto como se previó en sus inicios, pues no se construyeron los edificios anexos al palacio. Las principales zonas verdes, no obstante, sí se mantuvieron.



El Jardín Inglés o Giardino Inglese, el principal atractivo de la Reggia desde un punto de vista botánico, se encuentra en la zona norte, ya tocando al bosque de San Silvestre, un antiguo coto de caza real que se ha conservado prácticamente intacto durante más de dos siglos. La entrada del jardín se sitúa muy cerca de la fuente de Diana y Acteón, un gran conjunto escultórico que, al margen de su belleza, es el mejor emplazamiento de todo el recinto para obtener una panorámica fotográfica de la Reggia de Caserta.
Las primeras camelias y los primeros eucaliptos llegados a Europa se plantaron en Caserta
El Giardino Inglese fue planificado por orden de la reina María Carolina, esposa de Fernando IV, siguiendo el consejo del embajador británico en Nápoles, el anticuario y arqueólogo William Hamilton. María Carolina quería un jardín que pudiera competir con el del Petit Trianon, también de estilo inglés, que su hermana María Antonieta había mandado construir en Versalles. Las obras, bajo la dirección del botánico Johann Andreas Graeffer, empezaron en 1782.
Vanvitelli hijo y Graefer crearon un jardín de tipo inglés con colinas y canales aparentemente salvajes. Para lograr una atmósfera romántica, se construyeron incluso falsas ruinas con restos llegados de Herculano y Pompeya y se diseñaron varios rincones escondidos con vistosas fuentes. En total, según detalla la guía oficial del parque, hay 23 estatuas repartidas por todo el Giardino, así como infinidad de estanques, dos templos clásicos, una pirámide, un obelisco y una capilla gótica, entre otros elementos arquitectónicos. Hay también dos invernaderos, pero en el día de mi visita estaban cerrados al público.

Las 23 hectáreas del parque, que tienen una pronunciada pendiente hacia el sur, son un terreno excepcional para el crecimiento de grandes coníferas debido a la elevada pluviometría, superior a los 1.100 mm anuales, y a la existencia del Acueducto Carolino, que garantiza la disponibilidad de agua todo el año. “La variedad excepcional de plantas exóticas atestigua el interés de los Borbones por la botánica”, subraya la guía del recinto. En total, el número de especies de árboles y arbustos asciende a 228.
Entre los hitos del Jardín Inglés de Caserta destaca la primera introducción en Europa de varias especies botánicas llegadas de otros continentes, como el alcanfor, el eucalipto y la camelia (un ejemplar conocido como la Camelia Madre es de ¡1786!), aunque quizá el máximo ejemplo es un espectacular ciprés de Moctezuma (Taxodium mucronatum) que data de 1790. La guía del parque también lo cataloga como el más viejo de Europa, pero tengo mis dudas por la competencia de un ejemplar en Aranjuez (Madrid) que parece ser fechas parecidas.



Entre las especies autóctonas o de ámbito mediterráneo destaca una buena colección de encinas (Quercus ilex), tilos (Tilia plathyphyllos) y tejos (Taxus baccata). Hay también grandes representantes de pino piñonero (Pinus pinea), maclura o naranjo de los Osage (Maclura pomifera), cedro del Líbano (Cedrus libani), araucaria australiana o pino bunya (Araucaria bidwillii) y plátano (Platanus x hispanica y Platanus orientalis). Otro de los gigantes del parque, un ciprés de Monterrey (Cupressus macrocarpa) con un tronco de cinco metros de perímetro, murió recientemente y ahora lo único que se puede ver ahora son sus restos.
Finalmente, destacan también las numerosas palmeras (Phoenix canariensis, Phoenix dactylífera, Trachycarpus fortunei, Brahea armata, Butia capitata, Washingtonia robusta), las Cycas (Cycas revoluta) y los agaves (Agave sp).